LA HABITACIÓN
Por. Emmanuel Gallardo
A ti, la mujer de mil colores.
La luz del entorno se nota amarillenta, escurrida en las paredes blancas salpicadas de mosquitos embarrados; víctimas de una palma molesta por joder las horas de descanso. El par de velas rojas descansan en el piso, encerradas en un frasco de vidrio delgado que no hace más que aumentar el bailoteo de sombras necias, mal agradecidas y tan débilmente bajas.
Pero aquí no hay aureolas que nos arranquen del presente, y el vacío se vuelve intensos, tumbados en lo largo de la cama y ajenos a todo lo que la burbuja aparta. El humo a bocanadas se vuelve espectro amorfo, la cerveza queda en las gargantas y las manos no hacen más que su tarea exploradora de cuerpos cubiertos por retazos.
Sus manos son de aire, su aliento me golpea y me calienta al grado de moverme encima suyo a ojos cerrados. Los labios no se separan, las lenguas se golpean a punta de caricias húmedas y su olor es más intenso. El almizcle me jala hacia su cuello, sus brazos, su pecho, su abdomen que protege, pero que a la vez muere por dejar libre los demonios, los luzbeles de la carne que se oprimen por principios.
Hay una pausa. Nos sabemos presas de lo intangible y su respiración está más que desbocada, por lo que la aguas del deseo se calman hasta hacerse un dulce río donde los cuerpos flotan, descansan y se miran. El humo entra en las gargantas, nos eleva, nos pone en el mismo cauce de palabras con fin justificante, pero ¡que va!, esos símbolos están de más, lo han venido estando en tiempos diferentes.
Los cuerpos ya no pueden, se ciernen en la lucha de la carne vestida en ciertas partes y las ganas vuelven en vendaval que azota la pureza de historias no compartidas. La veo, sus ojos enmarcados, sus cabellos carbón descansan a mi lado; su espalda se pega a mi pecho, mi brazo la rodea, mi mano acurruca la paloma de su pecho.
Hay calma, pero no descanso.
martes, 17 de noviembre de 2009
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